Amor y felicidad

El Teatro Santa Fe, ubicado en la Torre del Colegio de Médicos, se ha consolidado como una alternativa más en la oferta teatral de Caracas. En una de sus salas, se presenta La máxima felicidad, texto de Isaac Chocrón, producción de Carlos Scoffio y dirección de Nelson Lehmann.

Perla, Pablo y Leo conforman una familia o un experimento, como le llama Pablo. Han traspasado sus prejuicios y lo de la sociedad para alcanzar una felicidad máxima que descubren que solo se logra entre tres. Con esta premisa, el maestro Chocrón reflexiona sobre el amor y el ideal de felicidad que sobrepasa la visión social en un texto que nunca perderá su vigencia.

La puesta en escena asume el realismo como estética del montaje en vinculación con el estilo del argumento. Aprovecha la distribución bifrontal de la sala para ubicar en el medio de los espectadores todos los elementos escénicos que representan el apartamento donde viven los personajes, quienes deambulan por la escena en correspondencia como se desarrolla la trama. El estilo contemporáneo que luce el espacio se refuerza en ciertos aspectos que actualizan las situaciones de un texto escrito hace 40 años como el uso de aparatos portátiles de sonido con audífonos. En este sentido, la propuesta escenográfica luce acertada al mostrar un ambiente común que comparte el trío. Por su parte, el diseño de vestuario de Raquel Ríos también ofrece un aire actual a los personajes sin traicionar su esencia: el paso a la vejez, la adultez y la juventud.

Complementa la propuesta, el diseño lumínico de Gerónimo Reyes que parte de la oscuridad mientras las luces se van encendiendo hasta abarcar todo el escenario demarcando con claridad el realismo de la escena y se desaparece sutilmente hasta llegar al oscuro total en el final. Mención aparte la selección y música original de Nacho Huett que apoya con certeza las atmósferas que se producen durante la representación.

En las actuaciones, se destaca el trabajo de Mayte Parias como Perla con una capacidad extraordinaria de transmitir el paso de un sentimiento a otro a lo largo de la trama. Se percibe atinada en gestos e intenciones. Gonzalo Cubero maneja sutilmente pero con verdad y seguridad la caracterización de Pablo. Es excepcional en sus expresiones y movimientos. Por su parte, Jornell Ariza como Leo consigue la imagen corporal del rol, pero se limita a la hora de transmitir los sentimientos. Por momentos, es capaz de ir más allá en sus emociones aunque debe reforzar la proyección vocal.

Textos como este invitan a revisar la dramaturgia de los maestros venezolanos y un montaje bien realizado invita a apreciar el buen teatro.

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