La desnudez del gigante

En el Teatro de la Asociación Cultural Humboldt se presenta El gigante de mármol, producción de Marisela “Cocó” Seijas; texto, producción ejecutiva, dirección y puesta en escena de Luigi Sciamanna.

Basado en una investigación realizada por el autor, el argumento presenta a Miguel Ángel Buonarroti en plena creación de su famosa estatua “El David”. La desnudez de la escultura es cuestionada por el Cardenal Idelfonso da Manoforte en representación de la Iglesia y por Marco Piotti, funcionario de la Catedral de Florencia. Dividida en dos actos, la obra presenta un largo inicio con argumentos reiterativos que se basan más en la palabra que en la acción teatral y una segunda parte más dinámica aunque el rol del antagonista cambia de manos y el final se desvía a los conflictos de la ciudad.

La puesta en escena se plantea desde el simbolismo. El primer encuentro entre Migue Ángel y Marco Piotti ocurre en el proscenio, luego el telón se abre y la discusión se traslada a una sala donde aparece el Cardenal. En el segundo acto, otra sala sirve de sitio para el debate de ideas. De esta forma, la distribución de los muebles sobre el escenario, el uso de telones y la iluminación (apropiado diseño de Luis Troconis) sirven para representar los espacios donde se desarrolla la acción. En correspondencia con esto, el diseño de vestuario de Eva Ivanyi convierte a los personajes en el símbolo que manifiestan: el artista liberal, el comerciante reconocido, el funcionario eclesiástico, el poder de la iglesia y el peso de la justicia. Una variedad de texturas y colores diferencian a cada rol.

Lo anterior demuestra una cuidada dirección de arte con detalles como el trabajo de zapatería de Creaciones Jennelly y de máscaras de Jesús Barrios que son usadas durante una escena alucinada de Miguel Ángel que refleja su miedo a perder la libertad creativa.

El trabajo actoral tiene como protagonistas al mismo Sciamanna como Marco Piotti y a Jorge Palacios como el Cardenal da Manoforte. Ambos demuestran un excepcional manejo de las intenciones, la corporalidad y el equilibrio de la intensidad en la composición de sus personajes. Marcos Moreno como Tommaso de Montelupo y Armando Cabrera como Piero Soderini están correctos en sus interpretaciones. Por último, Elvis Chaveinte como Miguel Ángel logra una extraordinaria conexión con las emociones intensas de su rol reflejando las frustraciones y las pasiones del artista, aunque se percibe más comedido al inicio de ambos actos. 

En definitiva, un trabajo que refleja la pasión del ser humano por el arte y la defensa de la libertad, si bien el texto podría condensar más la historia.

Función: 4 de Mayo de 2013

Una vida nada aburrida

En la sala principal del Teatro San Martín de Caracas se presenta El hombre más aburrido del mundo, texto de Gustavo Ott, producción de David Villegas para el Teatro San Martin y el grupo Textoteatro, y dirección general de Luis Domingo González.

El argumento refleja la vida de Juan Pujol García, un español que fue espía doble de los alemanes y del Imperio británico durante la segunda guerra mundial. La pieza recrea los momentos más importantes del personaje a manera de “flashback”. Un suceso inicial conduce al viejo Pujol, cuyo nombre cambió cuando se vino a vivir a Caracas, a relatar la vida que llevó a su familia y que es contraria a la existencia aburrida que, según su nieta, lleva en la actualidad. De esta forma, Ott plantea una serie de episodios de ficción que parten de sucesos reales. En este sentido, el texto avanza con una progresión dramática que cohesiona cabalmente las escenas pero se percibe débil en su conflicto. La historia avanza porque la vida de Pujol avanza pero sin el eje central de tensión dramática. Pese a esto, la recreación de los acontecimientos es atractiva por la acciones de Pujol y su pasión por el teatro es capaz de conectar a todos los espectadores.

La dirección propone un montaje de estilo simbolista. El diseño de escenografía de Héctor Becerra plantea una ambientación gris que funciona para resaltar a los actores en conjunto con todos los elementos y se convierte en todos los espacios de la acción. En los extremos se ubica la casa de actual de Pujol y que sirve de espacio para diferenciar el paso del tiempo entre el viejo y el joven. Estos momentos son marcados adecuadamente por la dirección, al igual que la forma en que distribuye y equilibra la escena para cada una de las escenas. La atmósfera adquiere consistencia gracias a la musicalización de Alfonso Ramírez y la iluminación de Gerónimo Reyes. En cambio, el vestuario desluce en su mayoría.

En las actuaciones, José Gregorio Martínez como Juan Pujol García ofrece una composición honesta y efectiva del personaje. Se luce en el manejo de los matices y de la expresividad corporal para diferencia al viejo que cuenta la historia y al joven que la vive en escena. Sabe equilibrar la intensidad y sutileza en su interpretación. Es uno de los mejores trabajos que ha realizado. Es secundado por la labor David Villegas y Héctor Caro que realizan como mínimo cuatro personajes cada uno, todos con veracidad y pertinencia. Asimismo, Leonardo Gibbs se percibe correcto en los roles que asume, al igual que Jennifer Morales. Sin embargo, ambos pueden diferenciar más cada interpretación tanto vocal como corporalmente. 

¡Un trabajo cabal!

Función: 28 de Abril de 2013

Ideales superados

En la su sala homónima, el grupo Rajatabla presentó Con una pequeña ayuda de mis amigos, texto de Nestor Caballero, producción general de William López y dirección de José Domínguez. Con este estreno, la agrupación comienza el homenaje a Caballero cuyo nombre lleva la III Muestra de Dramaturgia Nacional.

El argumento pone en escena a Gilberto, Álvaro, La Chata y Zulay, cuatro seres que se sintieron atraídos por el sueño revolucionario, de paz, amor y excesos propios de los años 60, pero que transitan una vida en la que traicionaron sus ideales. En el texto, presente y pasado se fusionan para sopesar las causas y consecuencias de las acciones de los personajes y para mostrar la esencia y los contrastes de cada época reflejada.

La dirección propone una estética simbólica que se sustenta en la escenografía de Silvia Inés Vallejo. Ésta es usada en toda su amplitud para representar cada uno de los espacios y tiempos. El piso de tonos verdes y el fondo con intervenciones de murales de Andy Warhol enmarcan cabalmente la época pasada y resaltan la figura de los actores sobre el escenario. Estas intervenciones fueron pintadas sobre persianas, lo que ayuda a la puesta en escena para mostrar apariciones de figuras que refuerzan las situaciones. Asimismo el diseño de vestuario de Rufino Dorta posee la esencia y diferencia de los roles en cada tiempo. Se destacan las transiciones que muestran la energía y música de los 60, gracias a las coreografías de José Lugo y la selección musical de Eduardo Bolívar. Quizás esto desvía un poco la atención sobre la trama central y el desarrollo de los personajes.

En las actuaciones, Gerardo Luongo como Gilberto y Dora Farías como Zulay se muestran precisos y cabales en sus trabajos, en especial la conexión que establece Farías con los sentimientos de su rol. Se destacan Jean Franco de Marchi como El Tigre y Ángel Pájaro como Álvaro, ambos intensos y con buen manejo de las intenciones. Eliana Terán como La Chata y Vicente Bermúdez como Saturno se perciben más externos y sin los matices que requieren sus interpretaciones. El resto de elenco conformado por alumnos del Taller Nacional de Teatro cumple en mayor o menor grado. 

Es innegable vincular esta pieza con la historia de muchas épocas que ha vivido la humanidad y que han quedado en el pasado, aunque su espíritu se mantenga en el inconsciente colectivo. Todavía existen personas que mantienen los ideales transitados pero que han sido absorbidos por la sociedad contemporánea. Por esto, percibo que parte de la Venezuela actual se alimenta visiones del mundo ya superadas y que se pretendan conservar sin mirar al futuro.

Función: 21 de Abril de 2013

Radicalismo y politización teatral

A raíz de los sucesos acaecidos en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, he estado reflexionando acerca de la vinculación entre el teatro y el sentido que ha tomado el término “política” en Venezuela. 

Durante una representación teatral, un grupo de desadaptados forzó las puertas de un recinto que es parte del Patrimonio de la Humanidad y lanzó bombas lacrimógenas dentro del mismo. No hay palabras para calificar este tipo de actos de intolerancia ideológica que parece estar vinculado con la negativa del Gobierno Nacional de permitir la presentación del mismo espectáculo en un hotel de VENETUR. Dicho espectáculo de nombre Orgasmos no es el tipo de teatro al que asisto ni que me gusta apreciar, pero tengo la libertad de tomar esa decisión sin tener que apelar a la violencia para expresar mi desacuerdo.

De hecho, no me he enterado de algún inconveniente que haya tenido el monólogo: El aplauso va por dentro en las múltiples presentaciones que tuvo en el Aula Magna. Lo que sí puede apreciar fue el montaje El último amante, donde trabaja la misma actriz de monólogo mencionado, y dentro del cual varios comentarios de índole “político” se incluyeron sin justificación. 

Otra experiencia que viví, fue apreciar Juicio a Vicente Nario, trabajo en el que Emilio Lovera y Laureano Márquez, guiados por el texto de Ibsen Martínez, hicieron una radiografía en tono de comedia de varios personajes históricos del país para vincularlos con la realidad actual. Cuando el teatro te hace reír y te hace pensar, se agradece. En cambio, si se convierte en un panfleto evidente,  se desvirtúa. 

Esto último puede estar sucediendo con los montajes de varios textos de César Rengifo. Las propuestas se orientan más a intentar relacionarlo con una tendencia “política” que mostrar la pluralidad de significados que están en la literatura dramática. Por otro lado, se ha hecho una relectura de la obra de Jose Ignacio Cabrujas y su capacidad para reflejar a Venezuela sin perder la vigencia de sus creaciones, sean o no “políticas”. 

Desde la antigua Grecia, Aristóteles nos indicó en el ser humano es un “animal político” y, como tal, no puede desvincularse de la política si forma parte de una ciudad. El teatro fue en Grecia parte vital de la vida de las ciudades-estado y, pese a los inconvenientes, sigue siéndolo de las ciudades modernas, por lo tanto es político por naturaleza. El problema está en confundir la política con la “politiquería” barata e ideológicamente mal orientada que daña (y, a mi juicio, ha dañado) la mente de los venezolanos hasta el punto de llevar a cometer actos como aquel con el que comencé este escrito.

País profundo

En el horario vespertino del Espacio Plural del Trasnocho Cultural, el Grupo Actoral 80 presenta Profundo de José Ignacio Cabrujas, producción de Carolina Rincón y dirección de Héctor Manrique.

Esta obra se incluye dentro de las más conocidas y clásicas de la dramaturgia de Cabrujas. Una familia se obsesiona con desenterrar el tesoro que les anuncia el fantasma de un cura y, para ello, se dedican a seguir doctrinas religiosas que no comprenden realmente.

La temática latinoamericana de la búsqueda de la riqueza fácil y de los falsos creyentes se presenta aquí con el particular tono mordaz del autor y la capacidad que tiene su obra de no perder vigencia. Sorprende cómo las situaciones y los personajes pueden reflejar tipos y vivencias del venezolano actual.  Así, el Buey, uno de los protagonistas, hace un análisis de la situación económica y habla de control de cambio y devaluación. Este texto fue escrito en 1971 por lo que pareciera que el país no ha cambiado.

La dirección propone una estética simbolista y minimalista que se observa en el diseño escenográfico con el hueco como centro del escenario, la diferenciación clara de los tres espacios que indica el texto, el uso de los elementos escénicos necesarios y la creación de los personajes con tipologías bien definidas. Existe una armonía plástica que toma el gris como color predominante tanto en la ambientación como en el vestuario. En este caso la propuesta del espacio de Manrique en conjunto con Oscar Salomón y el vestuario de Eva Ivanyi calzan perfectamente con la vida que llevan los personajes en busca de la fortuna. Asimismo, la iluminación de José Jiménez completa la propuesta.

En las actuaciones, se destaca el trabajo de Luis Abreu como el Buey. Abreu logra una composición del personaje sincera, intensa y plena de matices. Daniel Rodríguez se luce como Manganzón. Demuestra un excepcional trabajo corporal, en correspondencia el manejo de la voz, para trasmitir los diferentes estados emocionales del rol. Por su parte, Tania Sarabia como Magra y Prakriti Maduro como Lucrecia se perciben justas en sus interpretaciones dentro de la variedad de situaciones del argumento, en especial la última cuando interpreta el soliloquio en que cuenta la aparición fantasmal que da pie a la situación dramática de la pieza. Violeta Alemán es enérgica y veraz en su interpretación de La Franciscana. Su trabajo con la mirada es sorprendente cuando usa el blanqueo de los ojos. Por último, Angélica Arteaga como Elvirita se percibe distante del personaje, intenta transmitir su esencia pero se queda en el boceto externo. 

En conclusión, ¡un buen montaje!

Función: 7 de Abril de 2013