En el horario
vespertino del Espacio Plural del Trasnocho Cultural, la Fundación Esperanza
Venezuela, el grupo Tumbarrancho Teatro y Lux Siete Producciones presentan Jazmines en el Lídice, texto de Karin
Valecillos, producción general de Inamrilé Quintero y dirección de Jesús
Carreño.
Varias mujeres que
ha perdido un familiar producto de la violencia en el sector caraqueño de
Lídice coinciden en la casa de una madre que se niega a olvidar el asesinato de
su hijo. Madres, hermanas y novia cuentan sus desgracias en un texto que se
estanca por momentos en los conflictos internos, si bien logra reflejar las
vivencias de la mujeres de la Fundación Esperanza Venezuela y muestra que los
deseos de vivir se pueden mantener, así como las flores aun surgen en los
lugares más violentos.
La dirección
mantiene un apropiado tono realista que rompe innecesariamente con personajes y
cuadros que se desplazan para cambiar de una escena a otra, pero que no aportan
nada al drama central. La escenografía, el vestuario y la iluminación son
sencillas pero funcionan para el tono de la pieza.
En las actuaciones,
el mayor peso lo lleva Gladys Prince como Meche, la madre que no olvida a su
hijo, con un trabajo real e intenso. Se conecta y transmite cabalmente las
emociones del personaje. Es secundada por la bien lograda caracterización de
Samantha Castillo como Yoli, una mujer limitada física e intelectualmente. Su
manejo de voz y cuerpo posee veracidad y fuerza. Las labores de Omaira Abinadé
como Aída, Rossana Hernández como Anabel y Tatiana Mabo como Sandra son
correctas a la hora de expresar los sentimientos que viven internamente sus
personajes. Patrizia Fusco como Dayana luce menos conectada. Aunque el
personaje sea el menos afectado por los sucesos, hay un nivel de compromiso de
la madre y hermana que ha perdido un familiar que no transmite.
En fin, un montaje en donde las actuaciones
sobrepasan el texto y la dirección porque conectan al espectador con el dolor
que genera la violencia en el país. Un personaje expresa que a diferencia de que
se colocó “Lídice” a diversos lugares del mundo para recordar la masacre llevada
a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, no se coloca el nombre de “Caracas” a
ningún sitio después de un fin de semana. Semanalmente, recibimos cifras
extraoficiales de los homicidios ocurridos en la ciudad capital sin ya
percatarnos de las manifestaciones de dolor de los familiares de las víctimas.
Estamos sorprendentemente acostumbrados a la violencia sin que el Estado se
ocupe de una de sus funciones: salvaguardar la vida de los habitantes del país.
¿Hacia dónde va Venezuela?
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