En su sala
homónima, la agrupación Rajatabla presenta La
piel en llamas del catalán Guillem Clua, producción general de William
López y dirección de Vladimir Vera.
Cuatro personajes
coinciden en diferentes tiempos en una habitación de hotel: un fotógrafo que
viene a recibir un premio por la imagen de una niña con la piel en llamas, una
periodista del diario emblema de un país dictatorial, un médico aprovechador y
una mujer que desea salvar a su hija por todos los medios. Con este grupo de
personajes, Clua crea un texto duro y sin cortapisas que demuestra que el mundo
es controlado por los oportunistas y que ninguna organización que agrupe a las
naciones puede hacer algo para cambiarlo. El fotógrafo, la periodista y el
médico se aprovechan de estar rodeados de una sociedad corrompida para alcanzar
sus intereses, la madre es el símbolo de todos aquellos marginados que sufren
la descomposición mundial.
La mayor virtud de la
puesta en escena es el manejo del tiempo y de los personajes que coinciden en
la habitación. Un tiempo presente y uno anterior confluyen en escena con buen
dominio desde el punto de vista de la dirección: equilibrio en el escenario,
desplazamiento e intervenciones entre los personajes. Un ajuste del ritmo sería
más contundente para el montaje. El manejo especular del escenario es otro
punto a favor. Esto se logra gracias a la presencia de los elementos
escenográficos esenciales, sin embargo el aspecto visual del diseño no posee
una composición armoniosa. Asimismo el diseño de iluminación podría ser más
significante para reflejar los tiempos dentro del desarrollo dramático. La
propuesta de vestuario es más atinada para delinear cada rol.
El trabajo actoral
está equilibrado. José “Pepe” Domínguez como Salomón, el fotógrafo, logra un
trabajo correcto y en correspondencia con la vanidad del rol. Fedora Freites
como Hannah, la periodista, se conecta de manera profunda para transmitir los
sentimientos del personaje más complejo y a la vez más perverso del argumento. Jean
Franco De Marchi como Brown, el médico, digiere y transmite de forma
excepcional las intenciones de un individuo corrompido. Tatiana Mabo como Ida,
la madre, equilibra de manera correcta el sufrimiento y la esperanzas
infundadas con una buena composición del rol tanto corporal como vocalmente.
En el momento de
mayor tensión, varias imágenes de muerte y guerra son mostradas una y otra vez
creando un ambiente de incomodidad en el espectador. El mundo está en llamas.
De forma sorprendente, las informaciones e imágenes de muerte y corrupción
social parecen inocuas en la Venezuela contemporánea.
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