En la sala experimental del CELARG, el Teatro del Contrajuego presentó el trabajo: Hay que tirar las vacas por el barranco, una experiencia de “teatro testimonial” a partir del libro Las voces en el laberinto: historias reales sobre la esquizofrenia del catalán Ricard Ruiz Garzón. Cuatro directores guían a igual número de actores para estremecer al público con una especie de conferencia donde los límites entre realidad y ficción casi se diluyen. Esto sucede porque la propuesta incluye la participación de dos de los directores como presentadores de cada personaje como si en verdad se asistiera a un auditorio donde dos enfermos y dos parientes presentan su relación con la esquizofrenia a un panel de especialistas. De la misma manera, el hecho que se mantenga encendida la luz de sala y la presencia de los directores - presentadores y de los otros actores - personajes en los laterales mientras uno de estos últimos se dirige a los asistentes, sirve para restringir la ilusión teatral y ofrecer más verosimilitud. También, esto ocurre gracias a las comprometidas actuaciones del elenco.
Los testimonios presentados son de una madre cuyo hijo se suicidó, una joven que cuenta sus problemas como si fueran una historia de princesas, una mujer afectada porque su esposo y su hermano están enfermos, y un científico que logró manejar su trastorno. Diana Volpe, Magaly Serrano, Haydee Faverola y Ricardo Nortier representan estos personajes, respectivamente. El mayor reto de la actuación es superado debido a que cada uno de ellos debe permanecer en un solo sitio mientras ofrece su testimonio frente a un micrófono. Es así como la voz, las expresiones faciales y el uso de las manos se convierten en el vehículo actoral. Hay que resaltar la forma como Volpe maneja las intenciones; la gama de entonaciones vocales de Serrano y su capacidad de conmovernos con el llanto; la angustia que Faverola refleja en sus manos y movimientos repetitivos; y la intensidad que invade poco a poco el cuerpo de Nortier.
Por otro lado, en necesario destacar la sabia orientación y acoplada labor que de seguro llevaron a cabo los directores: Orlando Arocha con Volpe, Juan José Martín con Serrano y Julio Bouley con Faverola, junto a Nortier que prefirió auto dirigirse sin que ello restara a la obra. Con una propuesta como esta queda demostrado que con pocos recursos y claridad estética se puede hacer buen teatro. Como bien dice el programa de mano, pacientes y parientes son víctimas por igual de la enfermedad y, con el montaje teatral, el público podría ver sus miedos y angustias al vincularse con esta situación en “el espacio de lo humano.”
Función: 17 de Febrero de 2011
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