En la Sala Experimental del Celarg se presentó el grupo Teatrela con Jardín de pulpos de Arístides Vargas, dirigida por Costa Palamides. En la pieza, un hombre trata de recordar su pasado porque ha perdido la memoria, lo que significa la destrucción de su identidad, y descubre que a través del sueño podrá revivir todo.
La puesta en escena refleja el simbolismo del argumento, especialmente de la influencia que tiene la corriente literaria del realismo mágico. Es recurrente el desplazamiento de lado a lado y de forma circular de los personajes mientras se sucede la acción. Esto último equilibra el espacio escénico, mantiene el ritmo y facilita la apreciación del público que se ubica a ambos lados por la disposición bifrontal de la sala. Con el diseño de escenografía y utilería de Oscar Salomón, un piso azul cubierto de piedras azules evidencia la cercanía al mar donde se desarrollan las escenas, como si se quisiera manifestar la inestabilidad de la memoria cuando los actores caminan sobre él. El empleo de marionetas, monigotes y siluetas simboliza a otros personajes a los que se hace referencia, lo que refuerza el sentido onírico de esos momentos. Precisamente, la relevancia del sueño como medio para recobrar la memoria se consigue por el diseño de iluminación de Darío Perdomo que aprovecha al máximo la limitada dotación de la sala para ofrecer una luz plana y clara cuando la acción es real, pero propone una luz más sutil con el uso de varios especiales para los sueños. El vestuario de Raquel Ríos atavía con certeza a cada personaje para precisar su carácter dentro de la acción.
En las actuaciones, Beto Benites como José representa cabalmente a un hombre que necesita recordar lo que ha sido y que en cada uno de los sueños en que revive su pasado se transforma en el niño, el adolescente y el adulto que comprende la importancia de conocer su origen. Eulalia Siso como Antonia se convierte en el personaje que, aunque se considera loca por todos, dice lo que José requiere para seguir creyendo en sí mismo por medio de su apasionante trabajo. Marisol Matheus se luce con una capacidad interpretativa admirable cuando diferencia a tres personajes icónicos en la vida de un hombre: Madre, Tía y Esposa. Una madre preocupada por los muertos de su familia, una tía que se siente moderna y produce instintos sexuales en su sobrino, además de una esposa que parece poco significativa para José. Nirma Prieto maneja apropiadamente cuerpo y voz para componer a la Anciana que simboliza el pasado remoto que se revela ante José. Orlando Paredes apoya con pertinencia las escenas en que madre e hijo rememoran a los personajes del pasado y cuando se convierte en el otro. Sin embargo, él y Oscar Salomón deben manejar mejor el momento de la adolescencia donde se declara el machismo, ya que muchos textos se pierden debido a que se dejan llevar por la emoción en perjuicio de la dicción.
Siempre se comenta que Latinoamérica carece de identidad. Vivimos en una región que olvida fácilmente el pasado, lo que hemos sido, las tradiciones. Esta pieza establece la importancia de los antepasados como condición para saber qué somos y qué podremos ser. Así los recuerdos perduran en un jardín de tentáculos como ideas que nos permiten progresar.
Función: 1 de Agosto de 2009
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