En el Teatro Trasnocho, Producciones Palo de Agua y la Fundación Isaac Chocrón presentan Los navegaos, texto de Chocrón, producción de Yair Rosemberg y Silvia Vidal, dirección de Michel Hausmann y Javier Vidal.
Juan y Brauni son dos viejos que se mudaron a la Isla de Margarita con la intención de vivir una vida más tranquila y sanarse de sus enfermedades. Sin embargo, la visita de Parol, sobrino de Brauni, les cambia su rutina y la de Luz, la mujer de servicio, ya que él viene dispuesto a quedarse para convertirse en “isleño” y dejar de ser “navegao” como llaman a aquellos que viven en la isla pero salen y vuelven a ella constantemente.
Una propuesta minimalista se aprecia en escena con el diseño de escenografía de Edwin Erminy y de vestuario de Eva Ivanyi. Sobre el escenario se encuentran aquellos elementos necesarios para que la trama avance, mientras que los personajes se visten con un estilo que los refleja. El ambiente se carga de colores pasteles apoyado en la iluminación de Carolina Puig. Algunos toques de hiperrealismo complementan la propuesta debido a que la acción ocurre en una cocina – comedor. La dirección maneja apropiadamente el espacio para desarrollar las situaciones de la vida rutinaria que cambia con el personaje que irrumpe, la vejez que viene cargada de enfermedades y, en especial, la familia “elegida” de la que tanto hacía mención Chocrón y que se forma con aquellas personas sin lazos de sangre que se quedan para siempre.
En las actuaciones, Javier Vidal como Juan y Armando Cabrera como Brauni están ajustados a la esencia de los personajes. Samantha Castillo como Luz y Eben Renan como Parol logran dos caracterizaciones notables. Castillo captura la esencia del habla margariteña para crear un personaje lleno de sentimientos. Sus gestos y manejo vocal están bien logrados. Por su parte, Renan aprovecha al máximo la gestualidad e interjecciones para interpretar un rol mudo. Se muestra suelto, preciso y franco a la hora de transmitir las emociones. Espero que José Manuel Suárez, quien asumirá el personaje en las próximas funciones, siga esta línea de trabajo.
Con este montaje, la Fundación Isaac Chocrón cumple los deseos expresados en el testamento del escritor de seguir difundiendo su obra, así como el año pasado hizo entrega del primer premio de dramaturgia que lleva su nombre. Por esto, su última pieza ha vuelto a la cartelera a más de dos años de su muerte. Siempre debemos revisitar a los maestros para cotejar su vigencia.
En fin, un texto cargado de nostalgia, una puesta en escena correcta y dos personajes pintorescos bien desarrollados, se agradecen en este trabajo.
Juan y Brauni son dos viejos que se mudaron a la Isla de Margarita con la intención de vivir una vida más tranquila y sanarse de sus enfermedades. Sin embargo, la visita de Parol, sobrino de Brauni, les cambia su rutina y la de Luz, la mujer de servicio, ya que él viene dispuesto a quedarse para convertirse en “isleño” y dejar de ser “navegao” como llaman a aquellos que viven en la isla pero salen y vuelven a ella constantemente.
Una propuesta minimalista se aprecia en escena con el diseño de escenografía de Edwin Erminy y de vestuario de Eva Ivanyi. Sobre el escenario se encuentran aquellos elementos necesarios para que la trama avance, mientras que los personajes se visten con un estilo que los refleja. El ambiente se carga de colores pasteles apoyado en la iluminación de Carolina Puig. Algunos toques de hiperrealismo complementan la propuesta debido a que la acción ocurre en una cocina – comedor. La dirección maneja apropiadamente el espacio para desarrollar las situaciones de la vida rutinaria que cambia con el personaje que irrumpe, la vejez que viene cargada de enfermedades y, en especial, la familia “elegida” de la que tanto hacía mención Chocrón y que se forma con aquellas personas sin lazos de sangre que se quedan para siempre.
En las actuaciones, Javier Vidal como Juan y Armando Cabrera como Brauni están ajustados a la esencia de los personajes. Samantha Castillo como Luz y Eben Renan como Parol logran dos caracterizaciones notables. Castillo captura la esencia del habla margariteña para crear un personaje lleno de sentimientos. Sus gestos y manejo vocal están bien logrados. Por su parte, Renan aprovecha al máximo la gestualidad e interjecciones para interpretar un rol mudo. Se muestra suelto, preciso y franco a la hora de transmitir las emociones. Espero que José Manuel Suárez, quien asumirá el personaje en las próximas funciones, siga esta línea de trabajo.
Con este montaje, la Fundación Isaac Chocrón cumple los deseos expresados en el testamento del escritor de seguir difundiendo su obra, así como el año pasado hizo entrega del primer premio de dramaturgia que lleva su nombre. Por esto, su última pieza ha vuelto a la cartelera a más de dos años de su muerte. Siempre debemos revisitar a los maestros para cotejar su vigencia.
En fin, un texto cargado de nostalgia, una puesta en escena correcta y dos personajes pintorescos bien desarrollados, se agradecen en este trabajo.
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