En el Teatro San Martín, el Centro Nacional del Teatro presenta su producción Leve, texto de Karin Valecillos, dirección Ariel Bouza.
Cuatro jóvenes experimentan sus deseos, miedos y frustraciones compartiendo en la azotea de un edificio para demostrar que el paso por la adolescencia no es tan leve como parece. Con esta premisa, se presenta una dramaturgia desestructurada que se ensambla en la mente del espectador. Una serie de escenas inconexas muestran pequeñas situaciones que reflejan el espíritu adolescente que, pese al avance de la tecnología y el cambio de época, parece constante en cada generación. Sin embargo, esta realidad fragmentada crea una pieza débil en su conjunto porque las escenas se suceden una tras otra sin relación y sin conflicto definido.
La ausencia de progresión dramática conduce a la dirección a plantear una serie de juegos escénicos que ofrecen variedad sobre el escenario, pero no resuelven la inconsistencia del texto. Una serie de maletas que se trasladan para armar diferentes espacios y una estructura hecha de cuadros de tela que constantemente flota, se cuelga o se coloca como sobre piso forman parte de los cambios entre una escena y otra. Esto también compromete el ritmo pese a la riqueza visual e imaginación en el uso de los elementos. Los adolescentes de la actualidad son más dinámicos de lo que vemos en escena.
En cambio, el inicio de la propuesta tiene mayor significado con los jóvenes entrando como parte del público vestidos como si llegaran de sus estudios de bachillerato y se cambian frente a los espectadores para mostrarse como son. El pertinente diseño de vestuario de Gabriela Montilla y la correcta iluminación de Alfredo Caldera también son atributos de la puesta en escena.
El trabajo actoral tiene altibajos. Los cuatro intérpretes poseen la edad para representar a los protagonistas de la pieza, pero los asumen como si fueran distantes a ellos, en vez de aprovechar la naturalidad. En este sentido, Moisés Rivas como Monchi y Wahari Meléndez como Andrés se perciben más cercanos a la intención que proyectan los personajes. Rivas es suelto y Meléndez un poco rígido. Por su parte, Karlyn Alquinzones como Caro y Zair Mora como Yéssica poseen la imagen pero no la veracidad interna que exigen sus roles, en especial Mora porque no maneja correctamente la dicción al intentar representar el habla de algunas jóvenes presumidas de la actualidad.
Me gustaría haber disfrutado del montaje con varios adolescentes como público para ver sus reacciones frente a una propuesta que pretende hablarles directamente a ellos, aunque para mí lo logra con mucha levedad.
Cuatro jóvenes experimentan sus deseos, miedos y frustraciones compartiendo en la azotea de un edificio para demostrar que el paso por la adolescencia no es tan leve como parece. Con esta premisa, se presenta una dramaturgia desestructurada que se ensambla en la mente del espectador. Una serie de escenas inconexas muestran pequeñas situaciones que reflejan el espíritu adolescente que, pese al avance de la tecnología y el cambio de época, parece constante en cada generación. Sin embargo, esta realidad fragmentada crea una pieza débil en su conjunto porque las escenas se suceden una tras otra sin relación y sin conflicto definido.
La ausencia de progresión dramática conduce a la dirección a plantear una serie de juegos escénicos que ofrecen variedad sobre el escenario, pero no resuelven la inconsistencia del texto. Una serie de maletas que se trasladan para armar diferentes espacios y una estructura hecha de cuadros de tela que constantemente flota, se cuelga o se coloca como sobre piso forman parte de los cambios entre una escena y otra. Esto también compromete el ritmo pese a la riqueza visual e imaginación en el uso de los elementos. Los adolescentes de la actualidad son más dinámicos de lo que vemos en escena.
En cambio, el inicio de la propuesta tiene mayor significado con los jóvenes entrando como parte del público vestidos como si llegaran de sus estudios de bachillerato y se cambian frente a los espectadores para mostrarse como son. El pertinente diseño de vestuario de Gabriela Montilla y la correcta iluminación de Alfredo Caldera también son atributos de la puesta en escena.
El trabajo actoral tiene altibajos. Los cuatro intérpretes poseen la edad para representar a los protagonistas de la pieza, pero los asumen como si fueran distantes a ellos, en vez de aprovechar la naturalidad. En este sentido, Moisés Rivas como Monchi y Wahari Meléndez como Andrés se perciben más cercanos a la intención que proyectan los personajes. Rivas es suelto y Meléndez un poco rígido. Por su parte, Karlyn Alquinzones como Caro y Zair Mora como Yéssica poseen la imagen pero no la veracidad interna que exigen sus roles, en especial Mora porque no maneja correctamente la dicción al intentar representar el habla de algunas jóvenes presumidas de la actualidad.
Me gustaría haber disfrutado del montaje con varios adolescentes como público para ver sus reacciones frente a una propuesta que pretende hablarles directamente a ellos, aunque para mí lo logra con mucha levedad.
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