En la Sala experimental del CELARG, la agrupación Hebu teatro presenta La enfermedad de la juventud de
Ferdinand Bruckner con dirección de Diana Volpe.
El amor traicionado, la depresión, la drogadicción, la manipulación, la
libertad sexual y el orgullo falso son los temas que desarrolla el texto
escrito en 1926. En él, siete jóvenes tienen las mismas incertidumbres que podrían
tener los jóvenes actuales.
Con un tono y ritmo realista, la mayor virtud de la dirección consiste en
actualizar la obra original. Las situaciones sutiles y, tal vez, censurables
para la época, ahora se hacen evidentes en un montaje duro e intenso de una
pieza hasta cierto punto misógina.
La escenografía, diseñada por Violette Bule, es de tendencia simbolista
aunque coquetea con el realismo. Además, presenta una serie de elementos
eclécticos que amplían la lectura en torno a los diferentes tipos de jóvenes
que deambulan por la escena. Esto se percibe también en el diseño de vestuario
de Joaquín Nandez que le da un carácter propio a cada personaje.
El diseño de iluminación de Gerónimo Reyes consolida cada escena, en
especial durante los cambios de tiempo y para reforzar las situaciones más
intensas, así como la selección musical se vincula perfectamente con ellas.
El trabajo actoral tiene diferentes niveles. A la cabeza, se encuentran
Rossana Hernández como María y Elvis Chaveinte como Federico. Ella demuestra
una sorprendente capacidad para el manejo de las emociones entre la alegría y la
depresión. Él ofrece veracidad en el desenfado, la manipulación y la moralidad
liberal que posee el personaje. Por su parte, María Alejandra Rojas como Desiré
se percibe veraz e intensa en los cambios de humor. Asimismo, Nakary Bazán como
Lucía compone cabalmente un personaje en los límites de la ingenuidad y el
patetismo, mientras que Domingo Balducci se muestra pertinente como el ambiguo
Alex quien interviene en los momentos justos y, sobre todo, reflexiona sobre
los sucesos en la distancia.
Los más débiles son María Gabriela Díaz como Irene quien debe demostrar
mejor la pretendida inocencia que profesa, aunque su mejor momento es cuando es
atacada sexualmente, y Javier Figuera como Pedro que debe reforzar la
imposibilidad de darse cuenta de sus acciones. Ambos tienen que cuidar su dicción
y proyección vocal.
Espero
que lo jóvenes que asisten a la representación escapen de la risa fácil que
abunda entre ellos en la actualidad y tengan la capacidad de hurgar en lo no
evidente, de leer entre líneas y de reflexionar acerca de las consecuencias de
una juventud sin propósito, más allá de cualquier concepción moral de la vida.
Función: 11 de Febrero de 2012