El Circuito de Teatro de Caracas mantiene una programación constante con precios económicos durante todo el año. Los teatros que lo conforman, del centro y oeste de la ciudad, poseen su público, aunque esta iniciativa todavía adolece de una publicidad decente para algunos espacios como el Teatro Alberto de Paz y Mateos. Esto, aunado a una programación intermitente que no permite alcanzar una media de espectadores, me parecen las causas de la casi nula asistencia a la función que presencié de En la soledad en los campos de algodón, texto de francés Bernard-Marie Koltés, que presenta la agrupación Teatro Ouróboro bajo la dirección de Alberto Alcalá.
En la pieza, un “dealer” (comerciante) aborda a un cliente que se acerca, el primero tiene algo que ofrecer mientras que el segundo está a la expectativa pero no se confía. Con este planteamiento inicial, Koltés presenta a dos personajes incapaces de escapar de las negociaciones que establecen. No importa qué se quiere comprar ni qué es lo que se vende, sino la relación entre ambos. El texto está cargado de una serie de metáforas que circunscriben las relaciones humanas en el campo de la comercio, siempre hay algo que se negocia en el mundo.
Para un texto cargado de símbolos se requiere una puesta en escena que lo decodifique, sin embargo no se logra en esta oportunidad. Para comenzar, el trabajo actoral debe tener conciencia del trasfondo del argumento y ser capaz de transmitir el sentido metafórico de cada frase. Alcalá como El comerciante y Reinaldo Rivas como El cliente se perciben planos con algunos momentos de intensidad pero sin la debida comprensión del subtexto. Además, no logran la conexión entre ambos roles porque su energía está dispersa, incluso existen desplazamientos sobre una silla de ruedas, aproximaciones, distanciamientos y enfrentamientos cara a cara que se quedan más en la forma escénica que en el significado que puedan tener con respecto al texto.
En el plano artístico, el diseño de escenografía muestra un lugar abandonado, recargado de escombros, ropa y dos refugios. El concepto pretende mostrar un submundo, un sitio donde la pobreza reside, como lugar donde ocurre la negociación. Esto se acerca más a una propuesta, sin embargo posee elementos sin sentido como, por ejemplo, la ropa ubicada de forma equilibrada sobre el escenario. Igual sucede con el vestuario que se muestra poco significante en El comerciante, en cambio El cliente posee una camisa transparente para simbolizar la claridad de sus argumentos. El trabajo lumínico está mejor logrado en su juego de luces y sombras.
En fin, mucha forma y poco contenido.
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