El Festival de Teatro de Caracas concluyó, permitiendo a los creadores escénicos exhibir sus trabajos, ofrecer talleres y participar en intercambios con compañeros de todo el país.
Durante la última semana, aprecié el trabajo del grupo Teatrotinto que presentó Antígona, versión de José Gabriel Núñez a partir del texto de Sófocles, dirección de Daniel Landa. En este caso, la historia de la mujer que desafía al poder por enterrar a su hermano cuyo cuerpo sin vida fue dejado a la intemperie y a merced de los animales se ubica en un contexto latinoamericano. Un indígena es el relator del argumento en que una nación represiva honra al que la defiende y desprecia al que lucha en contra del poder. Una bien lograda ambientación e iluminación conforman parte de una puesta en escena simbolista que incluye un vestuario ecléctico de toques actuales y futuristas. Los elementos se mueven o cuelgan para reforzar la estética, aunque el trabajo actoral no logra su cometido, en especial, por la ineficacia de la protagonista.
El Teatro Profesional de Lara trajo un espectáculo titulado Veneno, versión libre de El veneno del teatro de Rodolf Sirera con la inclusión de frases de La paradoja del comediante de Diderot, concepto y dirección de Giuseppe Grasso. En ella, el Marqués de Sade contrata a un actor para que interprete un texto que escribió, aunque la situación culmina con la muerte del contratado. La dirección crea un montaje cargado de tendencias y símbolos que en su mayoría son usados de forma limitada. Los textos de Diderot no aportan mucho al sólido planteamiento de Sirera, además son expresados sin intensidad y con un mal trabajo de dicción por dos actores ataviados como samuráis con espadas de madera. El trabajo adolece de matices por la intensidad continua de ambos protagonistas, impidiendo que se logre el impacto del desenlace.
La Compañía Regional de Portuguesa llevó a escena La cantata de Argimiro Gabaldón de Tomás Jurado Zabala, dirección de Carlos Arroyo. Este trabajo coral, musical y dancístico se centra en la figura del revolucionario Gabaldón para contar su lucha armada, sus ideas y la recreación de su muerte, dejando al público la reflexión acerca de la época guerrillera y su vinculación con la actualidad. El dinamismo escénico, la iluminación y música en vivo son sus mayores virtudes.
El lema “Nos estamos viendo” se convirtió en una marca del evento. En su tercera edición, el festival sirvió para vernos en las diferentes propuestas, aunque la cantidad de agrupaciones tiende a dejar de lado la calidad. Es importante la inclusión, pero no el exceso. Mucho teatro mal hecho, hace poco.
Durante la última semana, aprecié el trabajo del grupo Teatrotinto que presentó Antígona, versión de José Gabriel Núñez a partir del texto de Sófocles, dirección de Daniel Landa. En este caso, la historia de la mujer que desafía al poder por enterrar a su hermano cuyo cuerpo sin vida fue dejado a la intemperie y a merced de los animales se ubica en un contexto latinoamericano. Un indígena es el relator del argumento en que una nación represiva honra al que la defiende y desprecia al que lucha en contra del poder. Una bien lograda ambientación e iluminación conforman parte de una puesta en escena simbolista que incluye un vestuario ecléctico de toques actuales y futuristas. Los elementos se mueven o cuelgan para reforzar la estética, aunque el trabajo actoral no logra su cometido, en especial, por la ineficacia de la protagonista.
El Teatro Profesional de Lara trajo un espectáculo titulado Veneno, versión libre de El veneno del teatro de Rodolf Sirera con la inclusión de frases de La paradoja del comediante de Diderot, concepto y dirección de Giuseppe Grasso. En ella, el Marqués de Sade contrata a un actor para que interprete un texto que escribió, aunque la situación culmina con la muerte del contratado. La dirección crea un montaje cargado de tendencias y símbolos que en su mayoría son usados de forma limitada. Los textos de Diderot no aportan mucho al sólido planteamiento de Sirera, además son expresados sin intensidad y con un mal trabajo de dicción por dos actores ataviados como samuráis con espadas de madera. El trabajo adolece de matices por la intensidad continua de ambos protagonistas, impidiendo que se logre el impacto del desenlace.
La Compañía Regional de Portuguesa llevó a escena La cantata de Argimiro Gabaldón de Tomás Jurado Zabala, dirección de Carlos Arroyo. Este trabajo coral, musical y dancístico se centra en la figura del revolucionario Gabaldón para contar su lucha armada, sus ideas y la recreación de su muerte, dejando al público la reflexión acerca de la época guerrillera y su vinculación con la actualidad. El dinamismo escénico, la iluminación y música en vivo son sus mayores virtudes.
El lema “Nos estamos viendo” se convirtió en una marca del evento. En su tercera edición, el festival sirvió para vernos en las diferentes propuestas, aunque la cantidad de agrupaciones tiende a dejar de lado la calidad. Es importante la inclusión, pero no el exceso. Mucho teatro mal hecho, hace poco.
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