En la Sala de teatro 1 del CELARG, el grupo REPICO presenta Dos amores y un bicho, texto de Gustavo Ott y dirección de Consuelo Trum.
Una familia constituida por padre, madre e hija muestran sus desavenencias luego que la hija recuerda que el padre estuvo preso hace algunos años. Ott crea un texto donde narración, descripción y diálogo se integran para hablar de la intolerancia y el instinto animal presente en el ser humano. Pablo, el padre, es capaz de asesinar a un animal porque no tolera su homosexualidad, Karen, la madre, advierte quién es realmente su esposo aunque siempre trató de olvidar el suceso y Carolina, la hija, no acepta la violencia injustificada porque es veterinaria y trabaja en su zoológico al cuidado de los animales. Presente y pasado se mezclan en un excepcional juego del lenguaje mientras la historia se va organizando en la mente de los espectadores.
La dirección se ajusta al estilo del texto creando una puesta en escena donde la revelación de la teatralidad y el simbolismo van de la mano. Un gran rectángulo demarcado sobre el escenario y tres sillas constituyen el espacio donde se desarrolla la acción. Es como si el público percibiera a los personajes dentro de una jaula, sin embargo estos se acercan al público por momentos. Con el desplazamiento de los actores y de las sillas, se arman las situaciones. Esto se apoya en la atinada propuesta de iluminación de Lina Olmos. El planteamiento lumínico se convierte en un símbolo más que delimita y destaca cada momento de la acción. En cambio, el diseño de vestuario es más realista, si bien los personajes mantienen la vestimenta durante toda la representación trasmitiendo una idea clara de cada uno: el estilo clásico del padre, la madre que quiere verse sensual y el trabajo en el zoológico de la hija. Resalto el apropiado uso del video donde otros personajes interactúan con los actores en escena.
Las actuaciones están bien logradas. Adolfo Nittoli representa a Pablo, el padre, con un ajustado manejo de las intenciones, fuerza y sutileza cuando lo requiere. Captura la esencia del hombre prejuicioso que justifica sus actitudes. Karolains Rodríguez como Karen, la madre, demuestra veracidad en las diferentes estado por los cuales transita el personaje. Miling Cabello como Carolina, la hija, se percibe correcta en el manejo realista que plantea para el rol.
En definitiva, un montaje bien realizado que invita a pensar acerca de la incapacidad de algunos seres humanos por aceptar las diferencias de los otros. Los seres humanos tenemos la animalidad dentro de nosotros, parece que sólo hace falta el toque exacto para que salga a relucir.
Una familia constituida por padre, madre e hija muestran sus desavenencias luego que la hija recuerda que el padre estuvo preso hace algunos años. Ott crea un texto donde narración, descripción y diálogo se integran para hablar de la intolerancia y el instinto animal presente en el ser humano. Pablo, el padre, es capaz de asesinar a un animal porque no tolera su homosexualidad, Karen, la madre, advierte quién es realmente su esposo aunque siempre trató de olvidar el suceso y Carolina, la hija, no acepta la violencia injustificada porque es veterinaria y trabaja en su zoológico al cuidado de los animales. Presente y pasado se mezclan en un excepcional juego del lenguaje mientras la historia se va organizando en la mente de los espectadores.
La dirección se ajusta al estilo del texto creando una puesta en escena donde la revelación de la teatralidad y el simbolismo van de la mano. Un gran rectángulo demarcado sobre el escenario y tres sillas constituyen el espacio donde se desarrolla la acción. Es como si el público percibiera a los personajes dentro de una jaula, sin embargo estos se acercan al público por momentos. Con el desplazamiento de los actores y de las sillas, se arman las situaciones. Esto se apoya en la atinada propuesta de iluminación de Lina Olmos. El planteamiento lumínico se convierte en un símbolo más que delimita y destaca cada momento de la acción. En cambio, el diseño de vestuario es más realista, si bien los personajes mantienen la vestimenta durante toda la representación trasmitiendo una idea clara de cada uno: el estilo clásico del padre, la madre que quiere verse sensual y el trabajo en el zoológico de la hija. Resalto el apropiado uso del video donde otros personajes interactúan con los actores en escena.
Las actuaciones están bien logradas. Adolfo Nittoli representa a Pablo, el padre, con un ajustado manejo de las intenciones, fuerza y sutileza cuando lo requiere. Captura la esencia del hombre prejuicioso que justifica sus actitudes. Karolains Rodríguez como Karen, la madre, demuestra veracidad en las diferentes estado por los cuales transita el personaje. Miling Cabello como Carolina, la hija, se percibe correcta en el manejo realista que plantea para el rol.
En definitiva, un montaje bien realizado que invita a pensar acerca de la incapacidad de algunos seres humanos por aceptar las diferencias de los otros. Los seres humanos tenemos la animalidad dentro de nosotros, parece que sólo hace falta el toque exacto para que salga a relucir.
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