Para el año que culmina, la dramaturgia de autores venezolanos tuvo un
repunte en la cartelera teatral al contrario del año pasado donde pocas piezas
se pudieron apreciar. Tierra santa del
prolífico Elio Palencia y Jardines en el
Lídice de la cada vez más reconocida Karin Valecillos fueron dos textos que
destacaron. De hecho, el último ganó la primera edición del Premio Isaac
Chocrón que busca reconocer anualmente el mejor trabajo del año. Además,
Valecillos creó un experimento interesante, entrelazando partes de las piezas
de Cesar Rengifo cuya temática es la Venezuela petrolera, llamado: Bajo tierra. Por su parte, Palencia
presentó una versión de un trabajo anterior con el nombre de Mátame, mamá.
Otro de los experimentos fue la presentación de varias obras de diferentes
autores venezolanos contemporáneos denominado “El piquete” que incluyó a Laik
a Viryin, también de Valecillos, Hay
que matarlos a todos de Haydee Faverola, Alrededor de la mesa de Nayauri Jiménez, Necro-lógica de Nathalia Paolini, El fiscal de Gennys Pérez, Niños
lindos de Fernando Azpurua, No
molestar, 4 microrelatos de Jorge Cogollo, Cambiemos de vida de Adolfo Oliveira y Tenebros de José Miguel Vivas.
Uno de los dramaturgos nacionales más importantes volvió a escena: José
Ignacio Cabrujas, con dos de sus piezas emblemáticas: Profundo y El día que me
quieras. Su estilo tiene la capacidad de mantenerse en el tiempo porque el
país no ha cambiado o el venezolano sigue siendo el mismo. También volvieron a
escena: Con una pequeña ayuda de mis
amigos y Los taxistas también tienen
su corazoncito, ambas de de Néstor Caballero. La primera de ellas se
presentó gracias a un homenaje que realiza la agrupación Rajatabla y que dio
pie a un concurso de dramaturga nacional con obras que se montarán el año que
viene. Otros textos de autores nativos fueron: El hombre más aburrido del mundo de Gustavo Ott, El gigante de mármol de Luigi Sciamanna,
Inolvidable de José Gabriel Núñez, Posdatados de Nayauri Jiménez, El sitio de José Antonio Barrios, El inmortal de Paul Salazar Rivas y Rondó Adafina de Edwin Erminy, junto a nuevos montajes de El pez que fuma de Román Chalbaud y Habitantes del fin de los tiempos de Johnny Gavloski.
En la dramaturgia extranjera, destaco a dos montajes disimiles de El enemigo del pueblo de Henrik Ibsen,
un texto en el que se pueden establecer relaciones con el entorno político del
país. Del catalán Guillem Clua se presentaron dos piezas: La piel en llamas y Marburg,
que sorprendieron por su crudeza. Otra pieza que sorprendió fue la adaptación
teatral del guión de la película Celebración.
En fin, la dramaturgia de este año fue muy amplia.
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