En el Teatro Trasnocho de Las Mercedes se presenta el montaje Los elegidos, producción de Water People Theater Company. La pieza, escrita y dirigida por Iraida Tapias, recrea la historia real del encarcelamiento de una joven, Camila, y un sacerdote, Ladislao, durante la denominada Confederación Argentina o unión de varias provincias sureñas en la mitad del siglo XIX. Ambos vivieron un amor prohibido social, moral y legalmente que les ocasionó terribles consecuencias, debido a los problemas políticos que generó al Gobernador de la Confederación, Juan Manuel de Rosas. El trabajo dramatúrgico se concentra en la permanencia en la cárcel de la pareja y su interacción con un soldado carcelero hasta que se decide su destino, al mismo tiempo que rememoran el pasado con los recuerdos de aquello que los llevó a enamorarse hasta ser detenidos. El argumento demuestra ilación en las escenas con un diálogo directo y ciertas referencias al momento histórico en que se sucede la historia; sin embargo, la escena de discusión entre el Sacerdote Colombres, mentor de Ladislado, y Juan Manuel de Rosas, rompe con el planteamiento de centrarse en la pareja protagónica, pese a su intensidad dramática.
El trabajo actoral está acoplado. Rebeca Alemán interpreta a Camila con veracidad, aunque en el clímax del conflicto puede controlar su proyección vocal, logrando la fuerza requerida sin gritar. Rafael Romero está correcto como Ladislao, reflejando su conflicto entre la fe y el amor. Caridad Canelón interpreta con pericia y sentimiento a La Perichona, recuerdo de Camila, abuela cómplice y creyente de la libertad y el amor. Roberto Moll destaca al demostrar su experiencia en el correcto decir del texto y de sus intenciones, dándole mucha energía a su interpretación de Juan Manuel de Rosas. El Padre Colombres, a cargo de William Goite, es un ajustado compromiso histriónico de este actor. Por último, Gabriel Calderón da sentido y firmeza al soldado que comparte con la pareja encarcelada.
La puesta en escena tiene como núcleo las interpretaciones de los actores, con movimientos que equilibran la distribución escénica, aunque en algunas situaciones se pierde este propósito cuando los actores se concentran en un lado del escenario. La escenografía recrea en extremos opuestos las celdas que retienen a la pareja y los mantiene separados, respaldándose con la proyección de barrotes en el piso. En el centro, se levanta una gran cruz sobre la que caminan los actores, símbolo que resalta el peso de la religión y de la fe como parte del conflicto, acertada propuesta del diseñador Enrique Bravo. Solo el columpio en el que se mece La Perichona luce innecesario porque no aporta nada a la representación, de la misma manera que la escena de coito sugerido entre Camila y Ladislao se presenta grotesca e injustificada; debido a que el texto, la mirada de los actores y la música ya insinúan al público lo que va a suceder. Una música emotiva que busca conectar al espectador con la historia, además de un vestuario entre simbólico y realista completan la representación sin articular con conveniencia en la estética del espectáculo.
En definitiva, el poder, el amor y la fe rivalizan, imponiéndose el primero en contra de la libertad.
El trabajo actoral está acoplado. Rebeca Alemán interpreta a Camila con veracidad, aunque en el clímax del conflicto puede controlar su proyección vocal, logrando la fuerza requerida sin gritar. Rafael Romero está correcto como Ladislao, reflejando su conflicto entre la fe y el amor. Caridad Canelón interpreta con pericia y sentimiento a La Perichona, recuerdo de Camila, abuela cómplice y creyente de la libertad y el amor. Roberto Moll destaca al demostrar su experiencia en el correcto decir del texto y de sus intenciones, dándole mucha energía a su interpretación de Juan Manuel de Rosas. El Padre Colombres, a cargo de William Goite, es un ajustado compromiso histriónico de este actor. Por último, Gabriel Calderón da sentido y firmeza al soldado que comparte con la pareja encarcelada.
La puesta en escena tiene como núcleo las interpretaciones de los actores, con movimientos que equilibran la distribución escénica, aunque en algunas situaciones se pierde este propósito cuando los actores se concentran en un lado del escenario. La escenografía recrea en extremos opuestos las celdas que retienen a la pareja y los mantiene separados, respaldándose con la proyección de barrotes en el piso. En el centro, se levanta una gran cruz sobre la que caminan los actores, símbolo que resalta el peso de la religión y de la fe como parte del conflicto, acertada propuesta del diseñador Enrique Bravo. Solo el columpio en el que se mece La Perichona luce innecesario porque no aporta nada a la representación, de la misma manera que la escena de coito sugerido entre Camila y Ladislao se presenta grotesca e injustificada; debido a que el texto, la mirada de los actores y la música ya insinúan al público lo que va a suceder. Una música emotiva que busca conectar al espectador con la historia, además de un vestuario entre simbólico y realista completan la representación sin articular con conveniencia en la estética del espectáculo.
En definitiva, el poder, el amor y la fe rivalizan, imponiéndose el primero en contra de la libertad.
Función: 30 de Septiembre de 2007
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